Tenemos que criar a los hijos para el mundo. Hacerlos autónomos, liberados, hasta de nuestras órdenes. A partir de cierta edad, sólo valen los consejos. Los especialistas nos han enseñado a creer que sólo esta postura tornará adulto a aquel bebé que un día llevamos en la panza. Y la mayoría de nosotros, padres, creemos esto e intentamos hacerlo. Lo que no nos impide el sufrir cuando eligen algo diferente de lo que nos gustaría o cuando ellos mismos sufren por las elecciones que les recomendamos.
Entonces, un hijo es un ser que nos han prestado para un curso intensivo de cómo amar a alguien más allá de nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para dar los mejores ejemplos, y de aprender a ser valientes. ¡Exacto! Ser padre o madre es el mayor acto de valor que alguien puede tener, porque se expone a todo tipo de dolor, principalmente el de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo de perder algo tan amado. ¿Perder? ¿Cómo? No es nuestro, ¿recuerdan? ¡Fue tan sólo un préstamo! Entonces, ¿de quién son los hijos? Yo creo que son de Dios, pero con respecto a los ateos, digamos que son de si mismos, dueños de sus vidas, sin embargo, un tiempo necesitaron ser dependientes de los padres para crecer biológica, sociológica, psicológica y emocionalmente.
¿Y mi sentimiento, mi dedicación, mi inversión? ¿No debería retornar en sonrisas, orgullo, nietos y amparo en la vejez? Pensar así es entender a los hijos como nuestros, y ellos son del mundo, ¡no lo olviden! Vuelvo a casa al final de la guardia, inicio de vacaciones, más tiempo para los hijos, miro a mis pequeños capullos y pienso qué bueno sería si no fueran sólo un préstamo! Pero lo es. Ellos son del mundo. El problema es que mi corazón ya es de ellos.
Santo ángel del Señor…
Es la más concreta realidad. Sólo nos resta a nosotros, mamás y papás, rezar (orar) y aprovechar todos los momentos posibles al lado de nuestras ‘crías’, que aún siendo ‘prestadas’ son la mayor parte nuestras!!! “La vida es breve, pero en ella cabe mucho más de lo que somos capaces de vivir.”
José Saramago
Mi agradecimiento a Renata, Mauricio y sus hijos Thiago y Felipe.