Hay un período en el que los padres van quedando huérfanos de los propios hijos.
Es que los niños crecen. Independientes de nosotros, como árboles, cotorras y pájaros alocados, crecen sin pedir permiso. Crecen como la inflación, independiente del gobierno y de la voluntad popular. Entre las violaciones de los precios, los disparos de los discursos y el asalto de las estaciones, crecen con una estridencia alegre, y a veces, con alardeada arrogancia.
Pero no crecen todos los días, de igual manera; crecen de repente.
Un día se sientan cerca tuyo en la terraza y dicen una frase de tal madurez y sientes que no puedes cambiarle más los pañales a aquella criatura.
Dónde y cómo anduvo creciendo aquella sinvergüenza que no lo notaste? Dónde está aquel olorcito de leche sobre la piel? Dónde quedó la palita para jugar en la arena, las fiestitas de cumpleaños con payasos, amiguitos y el primer uniforme del jardín?
Está creciendo en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil. Y tú ahora estás ahí, en la puerta de la discoteca, esperando no sólo que crezca, sino que aparezca. Allí están muchos padres al volante, esperando que salgan radiantes sobre patines, cabellos sueltos sobre las caderas. Esas son nuestras hijas, en pleno celo, lindas potrancas.
Entre hamburguesas y gaseosas en las esquinas, allí están ellas, con el uniforme de su generación: incómodas mochilas de moda al hombro o entonces jerseys atados a la cintura. Hace calor, les decimos que van a arruinar el jersey, pero ni modo, es el emblema de la generación.
Pues allí estamos, después de la primera o segunda boda, con esa barba de joven ejecutivo o intelectual en ascenso, las madres a veces ya con la primera plástica y el matrimonio recompuesto. Esas son las lindas hijas que logramos crear y amar, a pesar de los golpes de los vientos, de las cosechas, de las noticias y de la dictadura de las horas. Y ellas crecen medio amaestradas, viendo cómo redactamos nuestras tesis y nos doctoramos en nuestros errores.
Hay un período en que los padres van quedándose huérfanos de los propios hijos.
Lejos ya va el momento en que se recibió la primera menstruación con un impacto de rosas rojas. No las recogeremos más en las puertas de discotecas y fiestas, cuando surgían entre jergas y canciones. Pasó el tiempo del ballet, de la cultural francesa e inglesa. Salieron del asiento trasero para el volante de sus propias vidas. Sólo nos queda decirles “bonne route, bonne route”, como en aquella canción francesa narrando la emoción del padre cuando la hija ofrece la primera cena en su apartamento.
Deberíamos haber ido más a sus camas al anochecer para oír su alma respirando conversaciones confidenciales entre sábanas de la infancia, y los adolescentes edredones de aquel dormitorio lleno de collages, pósteres y agendas de colores. No, no las llevamos lo suficiente al maldito ‘drive-in’, al teatro para ver ‘Pluft’, no les dimos suficientes hamburguesas y cocas, no les compramos todos los helados y ropas merecidas.
Crecieron sin que agotáramos en ellas todo nuestro afecto.
Al principio subían la sierra o iban a la casa de la playa entre envolturas, comidas, embotellamientos, navidades, pascuas, piscinas y amiguitas. Sí, había peleas dentro del coche, la disputa por la ventana, los pedidos de helados y sándwiches infantiles. Después llegó la edad en que subir a la casa de campo con los padres comenzó a ser un esfuerzo, un sufrimiento, pues era imposible dejar al grupo aquí en la playa y los primeros novios. Ese exilio de los padres, ese divorcio de los hijos, va a durar siete años bíblicos. Ahora es el momento de que los padres tengan en la montaña la soledad que querían, pero de repente, exhalan contagiosa añoranza de aquellas niñas.
La manera es esperar. A cualquier momento nos pueden dar nietos. El nieto es la hora del cariño ocioso y almacenado, no ejercido en los propios hijos y que no puede morir con nosotros. Por eso, los abuelos son tan desmedidos y distribuyen tan incontrolable afección. Los nietos son la última oportunidad de reeditar nuestro afecto.
Por eso es necesario hacer algo más, antes que ellas crezcan.
Affonso Romano de Sant Anna
Denle un futuro huérfano a una futura pareja huérfana. Bruna y Rómulo, muchas gracias por la confianza!
Ficha técnica
Anillos: Tiffany & C / Souvenirs: helado de easy ice / Catering: Rullus / Torta: Elisa Castro / Barman y Seguridad: Cerimonial Vic / Muñequitos de torta: Luna Art / Filmación: Wagner Tibiriçá / Celebrante: Padre Julio / Local de la ceremonia y recepción: Niágara Proveedores: Organizador de eventos: VICTORY / Maquillaje: MARCUS MARTINELLI / Músicos de la ceremonia: TRIO AMADEUS / Música de la fiesta: BANDA SUPER SOM C&A E DJ VÁLBER / Invitaciones: UNIGRAF (ciudad de Cláudio) / Decoración y ramo: Patricia Andrade / Traje Novio: Geraldino Alfaiate + corbata Ricardo Almeida + gemelos Tiffany / Traje cortejo: Princess Damas / NOVIA: Vestido: Patricia Nascimento + Pendientes: propios de la novia + Arreglo de cabello: Talento + zapatos: via velle